19 de junio de 2005

Abrazos, de Francisco Mouat

Esta es una columna de este periodista, publciada en Revista Sábado el 4 de junio - 2005. Lindísima.

Hay abrazos que guardarás toda tu vida. Es cuestión de afinar la memoria y ponerse a recordar. Abrazos inolvidables, sentidos, y también de los otros: fríos, metálicos; abrazos que no debieron ser. A la hora de abrazar, nos encontramos con sorpresas. El abrazo es un lenguaje, un idioma que de cuando en cuando vale la pena descifrar.
Nunca olvidaré el abrazo de mi amiga Dolores en la estación de trenes de Martínez (¿o era San Isidro?), en Buenos Aires: fue en los años ochenta, no sabíamos si volveríamos a vernos, Dolores era viuda y estaba enferma de cáncer y me decía al oído que cuidara de sus hijos, de Joaquín y Pilar, cuando ella no estuviera. Me mantuve de una pieza no sé cómo, sosteniendo torpemente mi propia fragilidad. Echamos unos lagrimones. Fue un abrazo fuerte y contenido. Un abrazo de despedida. No recuerdo bien cómo se dio nuestro reencuentro posterior, pero sí que tuvimos varias oportunidades futuras en las cuales vernos y abrazarnos, y en ninguno de ellos volví a experimentar la intensidad que me hace recordar de manera especial aquel atardecer en una estación de trenes del barrio norte de Buenos Aires. Ni siquiera la última vez que nos vimos, cuando ambos sospechamos que ése podía ser nuestro encuentro final pero simulamos que todo estaba bien para no rompernos por dentro.
Hay abrazos de pareja, de amigos, de despedidas y reencuentros, de puro cariño o simple protocolo. Abrazos de padre a hijo y de hijo a padre y madre. Cortos y largos. Apretados y tímidos. El arte del abrazo: a veces nos refugiamos en los brazos de otro, a veces contenemos el cuerpo entero de quien recibe nuestra brazada.
Le pregunto a una amiga si recuerda algún abrazo en especial. Me responde por escrito: "Esta misma mañana les pedí a los niños que me abrazaran antes de entrar al colegio, porque siempre siento que se van demasiado rápido para todo el tiempo que estaré sin verlos".
El primer libro de Juan Carlos Onetti se llamó Tiempo de abrazar. Onetti era un maestro titulador: Para una tumba sin nombre, Cuando ya no importe, Los adioses. Tiempo de abrazar es un libro triste, o, mejor dicho, un libro que habla de hombres tristes. Por cierto, los abrazos tristes a veces se extienden por largos minutos. Ayer sostuve entre mis brazos a Elisa, secretaria de Domingo en Viaje, la revista que edito. No sé cuánto tiempo estuvimos abrazados, ni sé lo que me dijo entre sollozos. Sí supe que debía y quería afirmarla, que su tiempo de abrazar era el mismo tiempo en que estábamos abrazándonos: hacía menos de un día, uno de sus cuatro hijos, Eduardo, había muerto en sus brazos, furtivamente, de un mal cardiaco jamás detectado en sus cuarenta años de vida. Elisa, según su propio relato, lo había abrazado desesperada, como madre, mientras él exhalaba su último aire. Elisa nunca olvidará aquel abrazo final, del mismo modo como narró en medio de su pena la primera imagen que guarda de su hijo fallecido, la imagen de otro abrazo, cuando lo sostuvo recién nacido.
Muchas veces sentiremos el vacío de no poder completar un abrazo, de no poder terminarlo, de dejarlo inconcluso en la memoria. A no engañarse, eso sí: la fauna humana es de variada especie, y entre la multitud habrá uno dispuesto a abrazarte mientras esconde el cuchillo con el que luego te atacará.
He leído que el abrazo es terapéutico, y hasta dietético porque ayuda a reducir el apetito. Un proverbio dice que necesitamos cuatro abrazos diarios para sobrevivir, ocho para mantenernos y doce para crecer. Entre sus ventajas evidentes se cuenta que libera tensiones, es portátil y no requiere de gran infraestructura para concretarse. Normalmente reemplaza a las palabras, aunque a veces está hecho de ellas, como cuando le dediqué a mi padre un capítulo del libro El empampado Riquelme y lo terminé así: "Algún día, papá, uno de nosotros dos se quedará solo en este mundo, sin el otro. Antes de que eso ocurra déjame abrazarte con estas palabras".

Más de un año después / Borrar

Este debe ser el día cien y algo desde que comenzé a considerar seriamente que hace tiempo es momento de empezar a borrar algunos sueños, metas y recuerdos.
Borrar recuerdos, al menos por un tiempo, hasta que llegue el momento en que al hacerse presentes, tenga una sonrisa en la boca o en los ojos... Esos que me duelen más desde que asumí que todas las promesas se van desvaneciendo y me empezaron a borrar.
Espero que esos sueños vuelvan alguna vez. Es la idea. Esto será la tregua que me regalaré. El abrazo que me daré. Desde hoy borro, para que no duela más, aunque, claramente, está agonía eterna y coluntaria, me cobrará fuerte.

Duele la complicidad de ese tiempo. La confianza que había, lo fácil que se veía todo, lo simple que era alcanzar esos sueños que por primera vez fueron sinceramente compartidos y más que eso comprendidos. Así era tan bello!!!! Tenían más sentido con cada palabra de cada una de esas conversaciones de madrugada o por las calles o en la playa o en todos lados!! Me dulen las calles, tantas canciones, algunas películas, fotos que ya no están donde antes; la ausencia, la tuya. Los recuerdos de risas, llantos, penas, filosofías baratas, la comprensión, la incomprensión en que tantas veces caímos -más tú que yo- , los esfuerzos por entendernos con buen final. Las rabias, los segundos de odio, las ganas de abrazar, la explosión de amor. Cuando estabas.
Me duele pensar que no tengo la esperanza de esperar por ellos, que ésa esperanza no sea ingenua y sencilla, que hoy sea más bien una obligación para seguir. Y quedan tan pocas fuerzas y cada día crece la certeza que no tengo la esperanza de esperar.
Quiero que todo eso salga de mi para que al despertar, no sea llorar lo primero que haga. Para que el recordar no implique amarrar los dedos y no hacer la llamada desesperada que antes fluía tna fácil! Era tan facil!
Ahora, creo que cerca de cinco años después entiendo la frase de "Tierra de Sombras" el dolor de hoy es la felcidad de mañana. Qee no sea en vano. Esa es la apuesta a la salud de esta pena.
Clementine
"Eterno Resplandor de una Mente sin Recuerdos... que renuncia a todos sus sueños y acepta todas las plaegarias"