15 de septiembre de 2004

Viaje y Memoria


Este artículo lo saqué de la página editorial de El Mercurio ha muchísimo tiempo, será en el verano del 2003, y lo comenté con Pooh cuando volvíamos de un finde playero, a propósito de nuestras sombras en la tierra - bolsos incluidos-. Él ha viajado mucho más que yo, hoy anda en otro, ya demasiado largo para mi gusto - eterno para mi alma coja-, comentábamos sobre los olores, los colores, las luces, la banda sonora que tendría cada sitio, especialmente los terminales de buses y los aeropuertos, de cómo sería nuestra vida en otro sitio, región o país.

No sé si hubo conclusión o sólo editamos comentarios o bien censuramos miedos, muy probablemente yo más que él. Si fue así, debe haber sido parte del bloqueo que tengo producto del miedo que me daba pensar que quizás yo no podría partir... si es que en esos días ya estaba en marcha el plan de salir de acá en una apuesta por el futuro y una concreción de sueños compartidos.

Viaje y Memoria

Como otras experiencias de la vida, cualquier viaje lleva consigo la posibilidad de convertirse en un relato. Para que ello suceda, es imprescindible viajar con los sentidos muy abiertos, con la mente despierta y la "memoria encendida", expresión, esta última, que alude al título de un libro del poeta Raúl González Figueroa.


El viaje se experimenta mejor cuando se conserva en la memoria, cuando la mente revive con nostalgia y emoción los lugares conocidos, los rincones visitados, los momentos vividos, los idiomas escuchados, los acontecimientos ocurridos. No es sólo haberlo realizado, lo que otroga al viaje el magnífico peso que posee lo, de verdad, inolvidable.


"Y es preciso aprender a recordar
para saber que el tiempo
es el corazón de la memoria,
como es preciso vivir
para saber que la muerte se alberga
en nuestra sombra"

El viaje permanece en el viajero cuando se guarda la mochila de la memoria. Ése es el sitio del que el hombre parte y al que regresa. Conservar en la reminiscencia los senderos recorridos es evitar que la vida se escape por la puerta del olvido, pues la memoria es antesala del destino y sella con la existencia un pacto indisoluble: en el instante del viaje final hacia la muerte, la memoria es el último barco que se detiene, el postrer abrazo que nos despide, el epitafio definitivo en la lápida de la propia historia.