29 de mayo de 2005

Paisaje antes de la batalla

Estas palabras de Rafael Gumucio me interpretan completamente:

No, los conscriptos de Antuco no murieron por la patria, ni tampoco son “héroes en tiempo de paz”, como los ha llamado el presidente Lagos. Quiero creer que la patria tiene poco o nada que ver con la imbecilidad de un mayor, la torpeza de un sargento, la ceguera de un general y la desinformación de un comandante en jefe. No, no hay heroísmo alguno en seguir una orden estúpida y dar, con el cuerpo quemado por el frío, satisfacción al instinto sádico de algún oficial de ejército.

No hay heroísmo y no hay patriotismo detrás de las muertes de los conscriptos de Antuco, sólo el absurdo y el dolor, un infinito dolor, que los días en vez de calmar aumentan. El dolor de saber que esas muertes no son un accidente, sino la expresión del eterno desprecio en que viven los condenados a cumplir con una patria que, en recompensa, les devuelve a sus padres abandono o cadáveres.

Al conscripto José Bustamante y a sus compañeros no los mató el viento blanco, sino la miseria. Los mató la pobreza que los hizo aceptar que les cortaran el pelo, los vistieran de verde y los trataran a gritos a cambio de comida gratis y un sueldo de 26 mil pesos mensuales. Ellos representan a miles de jóvenes que están obligados a proteger un país que para ellos es sólo deber y nunca placer. Ellos iban armados para que la paz la disfruten chicos de su misma edad pero de piel blanca, para quienes el servicio militar obligatorio no es obligatorio.

Morenos reclutas, invisibles e intercambiables, caminaron en medio de la nieve, y sólo empezaron a existir para la opinión pública al morir en masa. A esos muchachos los suponemos felices en sus uniformes, aunque en realidad son sombras en las que nunca nadie ha reparado. En su anonimato, esos soldados ahora muertos o perdidos se creyeron la leyenda de ser parte de un ejército jamás vencido. Jamás vencido, y supuestamente profesional en grado extremo, pero que se desbanda y se convierte en un caos de informaciones contradictorias y declaraciones lamentables, sólo porque hace frío y hay viento. Invencible infantería que, sin una bala enemiga, queda desperdigada por el suelo, sembrando su camino de muertos. Ese ejército jamás vencido, poseedor de sofisticados equipamientos de guerra, pagados a precio de oro, no es capaz de vestir adecuadamente a sus soldados ni de proteger sus vidas ni de dignificar sus muertes, pues tampoco es capaz de encontrar sus cadáveres en plazos razonables.

Extraña manera tenemos de disuadir a nuestros vecinos de no atacarnos. Nos damos el lujo de matar a nuestros soldados antes de la batalla, todo por no darse el trabajo de leer o entender un informe meteorológico. Les exigimos a los “pelaos” que se sacrifiquen por una patria que, bajo la nieve de Antuco o bajo la otra nieve, la del silencio, la pobreza, el olvido y la desigualdad, lleva años enterrándolos vivos.