12 de noviembre de 2005

A mi la desesperanza se me sale

A mi la desesperanza se me sale. Y fácil. Con poquito, con lo que veo, escucho a mi alrededor, por culpa de los cercanos que a veces provocan tanto e infinito dolor enorme y que es un peso que no quiero llevar más, porque no lo puedo soportar.
Si me preguntaran en qué pienso la mayor parte del tiempo diría que es en la muerte. No porque evalúe matarme, sino porque no veo otro modo de zafar. Puede que la única verdad sea que la muerte es descanso, y no porque Dios me tomará en sus brazos y acogerá, sino porque imagino la muerte libre del pensamiento, de la facultad de pensar, y mientras no piense, soy un ser menos triste y apesadumbrado que raya en la amargura y que se pilla varias veces al día mintiendo para que no se le arranque ese sentimiento de desesperanza que es lo único que siempre llevo puesto. Aunque no me guste como me queda ese color.
El otro pensamiento recurrente es el deseo de ser harto más tonta, tonta en lo importante (cómo m
e pilla la poca inteligencia que no me perdido en las manos del ocio). Si fuera más tonta mi cabeza no tendría la agilidad y rapidez para poder racionalizarlo todo. No sería capaz de sumar y obtener un igual a mentira.
Si fuera así, más alegre sería, más atractiva aún y para más gente, así, nunca jamás al conocerme más, terminarían notando que llevo este pesimismo, no porque les mientas, al contrario, en cuanto siento confianza, se me sale la desesperanza y también algo así como la necesidad de juntar fuerzas y ya no pillarme diciendo y recordando los sueños y metas de antaño y denotando que ésa desesperanza es pura y brutal frustración.