28 de noviembre de 2005

Pearl Jam aquí

Como siempre Arturo Fontaine sabe cómo decir eso que se siente bien adentro.
Pearl Jam en el estadio Apoquindo y la noche está fresca, aunque no llueve como el martes. La gente se aprieta expectante. ¿Por qué? ¿Qué agrega ver a una banda que se ha oído tantas veces? ¿Se oirá mejor? ¿Dudamos de que sean capaces de producir el sonido del disco? ¿Pueden equivocarse? ¿Ver a un músico añade algo a su música?
De pronto el escenario se llena de humo y la masa ruge. Poco a poco se distinguen unas figuras movedizas. Eddie Vedder está frente al micrófono con una camisa a cuadros, suelta, que podría usar un leñador en los bosques del estado de Washington. Es verdad: la cosa ha comenzado. Given to Fly y la gente corea la canción fascinada de reconocer la misma voz, las mismas guitarras, la misma batería, el mismo bajo. Es una explosión de alegría que nos devuelve la confianza. Sí, son ellos, son ellos de verdad.
Y lo que pasa con Pearl Jam es que son de verdad. Nada de pasarelas, nada de movimientos a lo Lenny Kravitz para mostrar el traste y que las muchachas griten, nada de disfraces, ni poses y pasos de bailarín a lo Michael Jackson, ni esos volúmenes ensordecedores con lo que tanto rock pesado esconde su banalidad. En suma, nada sobrepuesto a la música hecha ahí.
Lo que se vio en el estadio fue una banda que quiere hacer rock y se las juega por su música y su capacidad de interpretarla. Con sus ropas sencillas y ademanes simples hicieron que el público se concentrara en las canciones que acompañaron sin cesar. Sus movimientos y saltos en el escenario sí agregan algo: su ritmo llega con más vigor de lo que uno podría anticipar. Las primeras canciones -Given to Fly, Whipping y Animal- se sintieron cortas y muy dinámicas.
Se asocia al "Grunge" con el desgano, la desazón, el desaliño, la informalidad, la melancolía, el sonido relajado, a veces enrabiado, y espontáneo y crudo. Todo eso está. Pero al verlos sentí su música mucho más vital y energética de lo que imaginaba al oírlos.
La ausencia de coros de acompañamiento le da a la voz masculina de Vedder un papel protagónico que no cansa por sus continuos cambios de registro. Al ver los instrumentos ese sonido de selva tupida de los discos se abre y aparecen senderos por los que uno puede internarse. Las magníficas guitarras de Stone Gossard y Mike Mcready, el bajo de Jeff Ament moviendo la banda como si fuera su motor, la batería de Matt Cameron, ex de Soundgarden, se perciben con más nitidez. La vista aguza el oído.
Bastaban dos acordes para que el público se lanzara a cantar: "The waiting drove me mad... you're finally here and I'm a mess..." / "Guess I'll lie alone just like before"... La pronunciación arrastrada de Vedder ayuda mucho a trasmitir esa sensación de queja y flujo descuidado.
Pero en Porch (compuesto por Vedder) los punteos desgarrados despejan cualquier duda: la sensación de descuido y espontaneidad es fruto de una determinada manera de emplear el virtuosismo. La destreza técnica en un buen músico nunca sirve de excusa para su lucimiento, sino que es lo que el color al pintor. El arreglo instrumental es complejo, sutil y absorbente.
Cuando llegó la hora de Jeremy, compuesto por Ament, y de ese verdadero himno que es Alive, de Gossard, el público estaba totalmente entregado. La letra alude al famoso monólogo de Hamlet: "Oh, and do I deserve to be/ Is that the question/ And if so... if so... who answers... who answers/ I, oh, I'm still alive. / Hey, I, Oh, I'm still alive"...
Sólo eché de menos Wishlist. Sólo eché de menos un tercer concierto.